jueves, 29 de octubre de 2009

TRADICIONES MEXICANAS





DIA DE MUERTOS: TRADICION MEXICANA CON MUCHA VIDA
“Mujer de mirada triste: ¿dime que ves en las velas, son espectros de la noche o son flores de la tierra?…En tu rostro iluminado la vida rejuvenece, noche de oro en la mirada para los que aman la muerte. Para los que aman la vida es noche de desconcierto, la cera besa las flores y la llama el sentimiento”. Estos fragmentos del poema de la española Julie Sopetrán ofrecen una emotiva descripción de la magia que envuelve a una de las celebraciones más importantes de México. En esta, la vida y la muerte, cual extremos inevitables de nuestro paso por la tierra, se funden y complementan a través de ceremonias, rituales, sabores, colores y recuerdos: la celebración del Día de Muertos, un valor más de las tradiciones mexicanas.
"Según la creencia de la civilización mexicana antigua, cuando el individuo muere su espíritu continúa viviendo en Mictlán, lugar de residencia de las almas que han dejado la vida terrenal. Dioses benevolentes crearon este recinto ideal que nada tiene de tenebroso y es más bien tranquilo y agradable, donde las almas reposan plácidamente hasta el día, designado por la costumbre, en que retornan a sus antiguos hogares para visitar a sus parientes. Aunque durante esa visita no se ven entre sí, mutuamente ellos se sienten”.
Lo cierto es que en México el Día de Muertos, más allá de ser una fecha de tristeza o dolor, se trata de un evento en el que la alegría y los buenos momentos se hacen presentes en cada hogar. La hospitalidad mexicana, bien conocida alrededor del mundo, deleita de igual forma a sus familiares fallecidos, quienes reciben como pequeño homenaje un altar en el que depositan ofrendas, recuerdos, objetos personales y comida.
Esta celebración tiene variantes según la región de la que se trate, pero claro resulta que todas llevan una misma linea de orígen. Desde épocas remotas han estado presentes los “banquetes mortuorios” en las moradas del campo, haciendas o palacios. Sin duda una celebración tan antigua como el hombre mismo, quien permanentemente ha existido preguntándose de dónde viene y a dónde va. Dos semanas antes del Día de Muertos se vive un ambiente de alegría en los mercados: los “marchantes” compran por docenas las flores de cempasúchitl, flor amarilla distintiva de esta celebración, así como los elementos con los que habrán de decorar los altares de cada hogar, o los ingredientes de los platillos por cocinar a los difuntos.





El 1 de noviembre se lleva a cabo la “Velación de los Angelitos”, día en el que las almas de los niños regresan a sus familias para ser alimentados y disfrutar de su compañía. Incluso existen algunas regiones de México en donde los niños toman el rol de líderes en la velación matutina, honrando a sus hermanitos fallecidos. Y cuando cae la noche, los adultos mantienen la vigilia en el cementerio reviviendo las memorias de sus familiares queridos.





El 2 de noviembre se lleva a cabo la “Velación de Adultos”, tiempo en el que las “almas viejas”, además de “saborear” los que fueron sus platillos favoritos en vida, se sienten acompañados por el aroma de inciensos, el cariño de sus seres queridos, la música de su agrado y las ofrendas del altar que se les ha dedicado con tanto esmero. En algunas ocasiones pueden escucharse rezos y oraciones, sobre todo en la noche de velación en los panteones de México.

El Día de Muertos representa una mezcla de la devoción cristiana con las costumbres y creencias prehispánica, materializándose ambas a través de los altares y ofrendas: un rito respetuoso a la memoria de los muertos, cuyo propósito único es el de atraer a sus espíritus. En dichas ofrendas , o altares, tienen su debida representación los cuatro elementos primordiales de la naturaleza: la tierra, representada por los frutos que aliementan a las ánimas mediante su aroma; el viento, representado por el papel picado o papel de china, mismo que por su ligereza, se mueve al paso de la brisa; el agua, colocada en un recipiente para que las almas que nos visitan calmen su sed después del largo camino que recorren para llegar hasta su altar; y, finalmente, el fuego en velas y veladoras, encendiendo una por cada alma recordada, y una más por cada alma olvidada.
Otros elementos que observamos en las ofrendas son la sal que purifica; copal para que las almas lleguen con su olfato hasta el altar que se les dedica; flor de cempasúchitl regada en el suelo, desde la puerta hasta el altar, para indicar el camino. Y finalmente, la presencia de los familiares vivos, quienes esperando su llegada les rinden respeto y demuestran su lealtad y compañía, aún cuando ellos ya no están aquí.
¡Y quién no recuerda y saborea con tanto gusto las “calaveritas” de azúcar o el delicioso pan de muerto! Michoacán, Oaxaca, la Huasteca Potosina…¡tantos lugares mágicos en donde la tradición del Día de Muertos se mantiene viva! Pasado y presente conjugados en una de las fechas más peculiares que podemos encontrar en la cultura de un país hospitalario, amigable hasta con los muertos y siempre dispuesto a encarar las dificultades de la vida con valor, incluso hasta el más allá. ¡En México la muerte se recibe con alegría! Porque nunca es bueno llorar o sufrir, siendo ese momento poderoso la única garantía con la cual todos los vivos contamos: el momento en que dejaremos ese mundo. ¡Celebremos el Día de Muertos!